lunes, enero 21, 2008

Burbujas ravalianas

Uno de los primeros días de Universidad nos dijeron: si estáis aquí porque lo que os gusta es escribir os anuncio que os habéis equivocado de carrera. Lo recuerdo muy bien porque pensé que podrían haberlo avisado antes. Eso, y que exageraban. Aún hoy creo que el error no fue tan grave. Sin embargo, acertaban en algo, si estás por esa razón probablemente no lo estés por la otra, y ésa es el hambre de noticias.

Yo no es que no tenga hambre, es que me llevan a la náusea algunas realidades. Hoy mismo, de camino a casa en ese barrio en el que parte del mundo afirma que es tan guay vivir mientras la otra parte lo considera inconcebible, había una noticia más. De sucesos, claro. He oído como un policía le decía a una vecina prototípica (delantal, zapatillas y cara de desgaste): “No vaya, señora. No vaya”. Lo que para mí se ha traducido en: “No mires, la náusea. No mires”. Y aquí estoy, escribiendo desde mi burbuja hasta que ésta aguante.

domingo, enero 20, 2008

Potaje emocional

Las hormonas rigen nuestra vida. Por hormonas nos enamoramos, nos hundimos en la miseria o incluso desarrollamos nuestra generosidad. Lo primero lo he constatado yo misma, lo segundo lo explicaban en La Vanguardia hace unos días (www.lavanguardia.es/lv24h/20080108/53424400794.html). Después de estas averiguaciones os propongo echar la culpa de todo a las hormonas. Si os sentís bien, mal o regular, si estáis estreñidos o bien hartos de reponer rollos de papel... todo se debe a las hormonas. Y la ventaja es que les encanta moverse. Loopings, toboganes y columpios de todo tipo están entre sus actividades favoritas. Eso no garantiza la estabilidad pero sí la certeza de que todo pasa y volverá a pasar una vez más. Mientras tanto, tal vez consigamos dejar de marearnos en el viaje.

viernes, enero 11, 2008

Notas en el subsuelo

¡Feliz año! En la cesta resuena una moneda lanzada por un lector de Maitena. En el pasillo del metro, su música.

Hace tanto tiempo que le debo un post al acordeonista de Sant Pau que dudo poder recoger con palabras lo que para mí (y para Oliva) significa. Toca tan bien, que intuir su presencia desde las escaleras de entrada al tren subterráneo hace emerger inevitablemente el calor de las zapatillas de andar por casa al corazón. Normalmente rehuyo utilizar esta palabra en los textos, pero en este caso el pecho es el lugar preciso en el que toma forma el bienestar que provoca su acordeón (¿a lo mejor se trata del pulmón?).

Pero no sólo es la música, de eso soy consciente. He idealizado al personaje como representación máxima de los artistas de calle, o de la gente que no opta sólo por el camino fácil, entendiendo por este sendero el que no lleva a vender tus horas a cambio sólo de lo que alguien necesita y pagará seguro a final de mes, sino de lo que tú mejor sabes hacer o aquello con lo que más disfrutas haciendo (un concepto anterior a la era del buen marketing, creo).

La diferencia entre estos dos verbos (saber o disfrutar) puede marcar a menudo el peso de la cesta. Eso me hace creer el hombre que desde hace un par de semanas toca la harmónica en la parada de Tetuan, la pareja de místicos que nunca cambia de canción (también en el metro) o el grupo “Necesitamos dinero para comprar dulces”. También en este mundillo las monedas se dan a cambio de algo. Sin embargo, intuyo que hay otros activos que influyen en el saldo final. Puede ser el virtuosismo y sus beneficios para el alma, en el caso del acordeonista de Sant Pau; la energía del que se mete de un salto en tu vagón sin una mentira en las arrugas de la risa; la fe en las palabras del hacedor de fanzines o del que se autopublica libros y te los presenta mientras te tomas un café; la imagen de una vía alternativa… qué sé yo. Puede ser cualquier cosa, lo que cada uno busque y un extraño le ayude a encontrar.