No es extraño cruzarse con gente que llora.
En medio de una calle y sin dejar de andar.
Lágrimas como cascadas separando dos mundos,
el del ser que llora y el del que le ve llorar.
Las fronteras de agua no son infranqueables
y, sin embargo, sí es extraño ver
a esos dos mundos
unirse alguna vez.
A pesar del impulso inicial,
acallamos el instinto y la pregunta:
¿por qué lloras?
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