miércoles, julio 12, 2006

Helena, nos vamos

Helena Pisacastillos sacó aquella tarde lo peor de sí.

Su madre no había querido acompañarla a la playa. Su abuela se negaba, como siempre, a comprarle un helado antes de comer, y su abuelo parecía vivir absorto en un mundo del que ninguno de sus reclamos pudiera atraerle. ‘¡Pues me voy al agua!’, fue la indignación hecha verbo.

Morros afuera, ceño fruncido, la rabia marcando los límites de los orificios de su nariz. Cuerpo en posición de S afilada, de rayo, de Súper Enfadada dispuesta a cobrar su venganza con ese mundo injusto, generador de seres desarraigados, que ni siquiera pueden confiar en La Familia, si no como marca de pasta. Arranca. Paso firme y hendido un palmo en el suelo de arena. Se dirige a la orilla con fuego en los ojos. Por fin Helena va a alzar su protesta y su plataforma será ¡¡TU CASTILLO!! ¡Y el tuyo! ¡Y el tuyo! ¡Y el de más allá! Machaca la ilusión con que lo construiste, los halagos de los padres que te acompañaron a esa playa y pudieron comprobar la destreza con la que moldeas los granos de arena en combinación con la justa dosis de agua.

Aplasta lo que nunca tuvo y lo hace como quien pisa uvas, primero un pie, luego el otro, y cuando encuentra varios castillos juntos -de algún especulador en potencia-, entonces, empieza a girar sobre sí misma. Al principio todo lo que se oyen son llantos, lamentos, gritos, más infancia indignada y progenitores intentando atraer la atención del abuelo de aquel monstruo. Pero, a medida que coge velocidad, que recorre los kilómetros y kilómetros de orilla sin frenar su energético ritmo, las lágrimas y gemidos van tornándose en admiración. Ningún niño quiere ya dejar en pie su castillo. Se identifican con la causa, de todos es sabido que la insatisfacción se digiere peor en tan poco cuerpo. Y lo que queda, ‘lo que nos queda, compañeros, es el derecho a la pataleta’! Abajo los castillos mientras arriba quede un niño.

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