miércoles, diciembre 26, 2007

Paella

Andrómeda, máquina neumática, ave del paraíso, acuario, águila, altar, aries o carnero, cochero, boyero, buril, jirafa, cáncer o cangrejo, perros de caza o lebreles, can mayor, can menor, capricornio, carena o quilla, casiopea, centauro, cefeo, ballena, camaleón, compás, paloma, cabellera de Berenice, corona austral, corona boreal, cuervo, copa o cráter, cruz del sur, cisne, delfín, dorado, dragón, caballo menor, erídano, horno, géminis o gemelos, grulla, hércules, reloj, hidra hembra, hidra macho, indio, lagarto, leo o león, león menor, liebre, libra o balanza, lobo, lince, lira, mesa, microscopio, unicornio, mosca, escuadra o regla, octante, ofiuco, orión, pavo real, pegaso, perseo, fénix, caballete del pintor, piscis o peces, pez austral, popa, brújula, retículo, flecha, sagitario, escorpión, taller de escultor, escudo de Sobieski, serpiente, sextante, tauro o toro, telescopio, triángulo, triángulo austral, tucán, osa mayor, osa menor, vela, virgo o virgen, pez volador y zorra.

Desde el principio de los tiempos y hasta 1922 los hombres habían dedicado sus noches libres a poner nombres a las constelaciones, grupos de estrellas difíciles de recordar sin un contexto, formando parte de un ave, de una cabellera o del instrumento que marca el norte de los perdidos.

46 años después, en todo el planeta, millones de ojos seguían bautizando las formas cósmicas pero nadie se paraba ya a recogerlas en una lista universal. Eso pensaba ella desde el suelo frío de la calle de una aldea cuyo cielo siempre le había recordado a una paella, sin mejillones ni gambas, pero con muchos granos de luz. Desde allí lo miraba cada verano un mínimo de 7 noches consecutivas intentando memorizar el paisaje que habría de permitirle orientarle en caso de naufragio.

Y no estamos hablando de un naufragio metafórico sino literal. Lo tenía todo preparado para partir en cuanto la ley lo permitiera. Su objetivo: no pisar dos veces un mismo puerto y conocerlos todos. Sobreviviría trabajando de cualquier cosa, de lo típico del lugar, “gondolero, torero, taxista...”; amaría a sus habitantes para perfumarse de su esencia, y probaría tantos hombres como estrellas fuera capaz de recordar. Su sueño no estaba bien visto, claro, pero tampoco lo estaba que se tumbara en medio de la calle panza arriba desde que tenía uso de razón.

Así que siguió adelante con su idea y un día partió. Su afán no era el de desaparecer ni huir, sino el de beberse el mar, así que enviaba noticias a todos los que, en la ruta, habían supuesto una gota en la calma de su sed. Una mañana, cansada, melancólica, nostálgica, acaparadora, decidió reunirlos a todos. Los citaría en aquella calle, no era un puerto, era un pueblo de montaña, pero creía que podría volver, se tumbaría panza arriba y les daría las gracias, uno a uno, personalmente, intuía que por última vez. Lo hizo. Asistió un 40% del personal, un éxito.

Comieron paella y bebieron sin conciencia agua dulce de la fuente. Era el final. En su estómago, la mezcla de líquidos (pues el mar bebido formaba ya parte de ella) generó una nebulosa como las que se producen en las cuevas subterráneas mejicanas de Tiquiriguaca. La visibilidad era tan poca que no permitió a los granos de arroz encontrar la autovía de la digestión. Murió de empacho, decían, se veía venir... Sin embargo, el redactor del informe de la autopsia dejó constancia para siempre de lo que sucedía y escribió: “en su estómago se hallaron estrellas que se resistían a abandonar aquel cuerpo”. Yacía panza arriba en medio de la calle. Y todos callaron.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Deseo, bonito, gusto, sueño, escalofrío, miedo, tristeza, tranquilidad, quiero más...