viernes, enero 11, 2008

Notas en el subsuelo

¡Feliz año! En la cesta resuena una moneda lanzada por un lector de Maitena. En el pasillo del metro, su música.

Hace tanto tiempo que le debo un post al acordeonista de Sant Pau que dudo poder recoger con palabras lo que para mí (y para Oliva) significa. Toca tan bien, que intuir su presencia desde las escaleras de entrada al tren subterráneo hace emerger inevitablemente el calor de las zapatillas de andar por casa al corazón. Normalmente rehuyo utilizar esta palabra en los textos, pero en este caso el pecho es el lugar preciso en el que toma forma el bienestar que provoca su acordeón (¿a lo mejor se trata del pulmón?).

Pero no sólo es la música, de eso soy consciente. He idealizado al personaje como representación máxima de los artistas de calle, o de la gente que no opta sólo por el camino fácil, entendiendo por este sendero el que no lleva a vender tus horas a cambio sólo de lo que alguien necesita y pagará seguro a final de mes, sino de lo que tú mejor sabes hacer o aquello con lo que más disfrutas haciendo (un concepto anterior a la era del buen marketing, creo).

La diferencia entre estos dos verbos (saber o disfrutar) puede marcar a menudo el peso de la cesta. Eso me hace creer el hombre que desde hace un par de semanas toca la harmónica en la parada de Tetuan, la pareja de místicos que nunca cambia de canción (también en el metro) o el grupo “Necesitamos dinero para comprar dulces”. También en este mundillo las monedas se dan a cambio de algo. Sin embargo, intuyo que hay otros activos que influyen en el saldo final. Puede ser el virtuosismo y sus beneficios para el alma, en el caso del acordeonista de Sant Pau; la energía del que se mete de un salto en tu vagón sin una mentira en las arrugas de la risa; la fe en las palabras del hacedor de fanzines o del que se autopublica libros y te los presenta mientras te tomas un café; la imagen de una vía alternativa… qué sé yo. Puede ser cualquier cosa, lo que cada uno busque y un extraño le ayude a encontrar.

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